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Gloria de Dios

El Salmo 115 comienza, “¡No a nosotros, Señor, nos des la gloria, no a nosotros, sino a tu nombre!” Damos gloria a Dios cuando por nuestras palabras, en el canto y la oración, y por las acciones y decisiones de nuestras vidas, reconocemos a Dios como la fuente de todo bien y a quien debemos seguir. Dios le da sentido a nuestra vida. Venimos de Dios y por Dios debemos vivir.
De hecho, cuando estamos viviendo una vida humana plena en este mundo es cuando Dios es glorificado por nosotros. Alineamos nuestras decisiones, grandes y pequeñas, con la forma en que Dios nos creó para ser, ya sea que tratamos a los miembros de nuestra familia, cómo nos divertimos o a qué dedicamos nuestras vidas. San Ireneo dijo célebremente: “la gloria de Dios es el ser humano plenamente vivo”. Vivir para la gloria de Dios orienta nuestras vidas en la dirección correcta y deshace la dirección torcida del pecado, por lo que vivimos para nosotros mismos, para nuestra propia gloria. Todo lo que hacemos en nuestras parroquias, desde simples actos de bondad hasta las grandes metas por las que trabajamos arduamente con los talentos que Dios nos ha dado, lo ofrecemos para la gloria de Dios.
Los seres humanos no están “plenamente vivos” sin vivir con los demás y sin depender de ellos. La Misa es una expresión de esta realidad. Todos nos reunimos en la Misa y escuchamos a Dios llamándonos a través de su palabra. Respondemos proclamando a Dios que viviremos para él mientras lo adoramos y nos unimos a él en la Eucaristía.
“Por lo tanto, ya coman, beban o hagan lo que sea, háganlo todo para gloria de Dios.” 1 Corintios 10:31