El Reino de Dios es la transformación de nuestras vidas por la presencia de Jesús. En Jesús, el reino de Dios se ve plenamente. Pero, a medida que entregamos nuestras vidas más y más a Jesús, el Reino de Dios se hace presente en nosotros. En lugar del egocentrismo, el amor de Dios reina sobre la vida humana. No se experimentará plenamente en esta vida, sino que es como una semilla de mostaza que comienza pequeña y crece lentamente con el tiempo, y solo alcanzará su plenitud en la próxima vida. (Lo cual, a pesar de que se llama “cielo” incluye la transformación de la “tierra”; como Apocalipsis 21 declara, “Entonces vi un cielo nuevo y una tierra nueva”).
Cada uno de nosotros, con los dones únicos que cada uno tiene, está llamado a establecer aún más el reino de Dios. Somos como los 72 discípulos, a quienes Jesús dijo: “En cualquier ciudad en la que entréis y os acogen,... curad a los enfermos en ella y decidles: El reino de Dios está cerca para vosotros”. (Lucas 10). Los laicos (aquellos que no son ordenados o religiosos) construyen el reino de Dios de una manera muy real. Todas las formas en que Dios desea que los seres humanos vivan en este mundo pueden ser llevadas al reino de Dios: Cómo hacemos negocios, criamos a nuestros hijos, ejercemos política; cómo somos médicos, trabajadores de mantenimiento, diseñadores de software y cada trabajo humano. Dios desea que vivamos vidas en este mundo como personas que son transformadas por la presencia de Jesús.